viernes 20 de septiembre de 2024
(Otra vez) ¿Por qué no explota todo?

Una hipótesis sobre la in-sensibilidad y el dolor

Por Manuel Fontenla

En 2022, en un contexto nacional que tenía mucho de tragedia, pero que ni por asomo se acercaba a lo que se vive hoy, escribí una reflexión con la pregunta que lleva de título esta nota “¿Por qué no explota todo?”. Hace unos días, en este contexto de violencia y represión que se vive en Argentina, con la policía golpeando a los jubilados, el gobierno recortando y destruyendo todo lo vinculado al Estado (menos los negocios) y un grupúsculo de diputados cínicos y despreciables celebrando todo lo anterior; en ese contexto, me piden de un medio que escriba un texto bajo la pregunta “por que no explota todo”.

Entonces, hago lo que todo buen filosofo hace, voy a la historia de las ideas, a lo ya dicho, a la yo pensado. Voy para atrás, porque nunca hay algo totalmente nuevo y ajeno, y mucho menos en nuestro país, que parece vivir un loop de tropiezos repetidos, cada uno en uno pozo más hondo.

Y cuando voy a esa búsqueda, me encuentro con mi propio escrito, guardado en alguna carpeta perdida de la computadora. Y lo leo, una y dos veces. Y no salgo de mi asombro. No es un texto de hace 2 años, es un texto de hoy y también de mañana. Y pienso entonces que, para entender esta realidad, no faltan ideas ni reflexiones ni análisis. Que lo que vivimos, ya lo estábamos viviendo, y que las razones son históricas (algunas muy viejas, otras no tanto), y que la novedad de los fenómenos políticos siempre tiene canales subterráneos que conectan con los márgenes, los exteriores, las estaciones centrales y también las paradas aleatorias.

Vuelvo a leer ese escrito y pienso, “no lo voy a cambiar”, tiene mas valor como un documento del pasado reciente. Solo, lo voy a intervenir en apenas unas líneas, para actualizar un nombre o un contexto.

En fin, aquí lo dejo, para que nos preguntemos todas las veces que sea necesario ¿Por qué no explota todo? Y por qué seguimos teniendo que preguntarlo.

“Sin duda, debemos ser miles, los que, en este momento de la Argentina, nos hacemos las mismas preguntas ¿Qué más puede pasar? ¿Cuánto más podemos aguantar? ¿Por qué no explota todo? No es una pregunta de ayer, del furioso salto del dólar o la renuncia de Guzmán. Es una pregunta que viene por lo menos, desde el 2017 cuando se hacían chistes sobre la necesidad de pagar la luz o el agua con tarjeta de crédito y en 12 cuotas.

Es difícil señalar un año en que nos fue mejor que en el anterior, un año en el que nuestro sueldo nos permitió más y no menos. Y a eso se sumó una pandemia global que profundizo la ya existente desigualdad, y yuxtapuesta a la pandemia (como reverso y causa) una crisis (permanente) ambiental que destruye puestos de trabajo e intensifica la desigualdad, y a ello sumar la larga lista de violencias con las que convivimos a diario.

Y, sin embargo, 2001 no se asoma, los saqueos tampoco, las rebeliones y revueltas tampoco (nos rodean, pero no nos tocan, podríamos decir, pensando en Colombia, Ecuador y Chile).

Una vez más, ¿Por qué? Por muchas razones, por múltiples hipótesis que se podrán analizar desde la ciencia política, la psicología, la filosofía, la historia, etc. Aquí, solo quisiera compartir una, ni privilegiada ni de mayor potencia explicativa. Solo una, que tal vez, sumada a otras, nos ayude a, no solo responder, sino a prefigurar una acción a partir de esa respuesta.

Mi hipótesis al porque no explota todo, tiene su origen en esta idea del filósofo Toni Negri:

“El dolor es una llave que abre la puerta de la comunidad. Todos los grandes sujetos colectivos se forman a partir del dolor, al menos aquellos que luchan contra la expropiación del tiempo de la vida que decreta el poder, aquellos que redescubrieron el tiempo como potencia (…) el dolor es el fundamento democrático de la sociedad política, así como el temor es el fundamento dictatorial, autoritario”

Traducido a mis propias palabras, no explota todo porque habitamos un mundo, que nos ha imposibilitado sentir que algo nos duele colectivamente. Estamos atrapados en nuestra propia desgracia, individualidad al paroxismo, victoria irrefutable de las micro-políticas neoliberales. Es decir, existe un dolor individual, que impide construir una comunidad política. Creo que este problema, se ha intentado explicar de manera muy acertada en el libro “La gorra coronada”¹ producido por el colectivo Juguetes Perdidos.

Allí se plantean dos conceptos estructurales, que dan cuerpo a una matriz en la cual podríamos inscribir muchas de las violencias cotidianas que definen nuestra realidad. Esos conceptos son los de terror anímico y precariedad totalitaria.

¿Qué es el terror anímico? “Un terror exclusivo de la precariedad” ¿Qué es la precariedad? “Es un fondo de terror que te recuerda que te podés fragilizar, que se puede desarmar tu mundo, que se puede pudrir tu barrio, tu casa, que es un quilombo el laburo y la ciudad, y cuando esa precariedad es el suelo de todo lo que se arma para vivir (relaciones, redes, amores, trabajos, consumo), cuando toma y actúa sobre la totalidad de la vida, esa precariedad se vuelve totalitaria”

En los barrios marginales, en los campos arrasados, en la puna saqueada, en los bosques incendiados, en las villas hacinadas, en las provincias abandonadas, y también en lo que alguna vez fue la clase media, la vida entera pasa a ser definida por ese terror fundante, ese terror que nos recuerda que vivimos constantemente sobre la precariedad, sobre un piso siempre apunto de desfondarse a la pobreza, el consumo desmesurado, el suicidio, el hambre, al estar, cada día un poco peor.

Ahora bien, esta precariedad y este terror anímico marcan una ruptura con la pobreza tal cual la conocíamos hasta finales del siglo XX y tal vez, esa sea la diferencia con el 2001. Esta precariedad, este terror anímico (que no es miedo), que hace de fondo existencial de la vida cotidiana, nos aliena de la propia crisis, nos impide explotar. Es una forma de seguir, seguir y seguir; no hay tiempo, ni energía, ni espacio, para juntarse y explotar. No hay Stop.

El terror anímico es “un terror que no tiene agentes nítidos ni agentes concretos”; es un terror que tiene mucho de temor a la inconsistencia, a des-existir, y es un terror en el que la violencia aparece redefinida por las formas de subjetivar del neoliberalismo: “es desde este suelo, como fondo de época, que cualquier roce puede generar quilombo; y esto si es un axioma casi inevitable: cualquier cosa puede desarmar el frágil equilibrio cotidiano. Quilombos que son violencia latente circulando y que enfrentarlos te vuelve cuidador y propietario de tu vida: pura individualidad paranoica y solitaria”.

Esa forma de pura individualidad, es la forma del “dolor neoliberal”, una forma compleja y muy específica de “alienación” en las prácticas individuales de la supervivencia en la precariedad totalitaria. Una subjetividad individual, desconfiada, arrinconada, temerosa y violenta, incapaz de conectar con el dolor del otre.En las micro políticas del neoliberalismo, la subjetividad no puede conectar con la crisis de una manera productiva, por ello, no hay reacción social.

Ese dolor neoliberal, es también el que constituye a nuestros gobernantes. Hoy ya no hay lugar para el abstracto “la patria es el otro”. Cuando Cristina Fernández dice “un capitalismo para todos y todas”,[cuando Milei dice que importa más el superávit que las vidas y el hambre] traza una marca de in-sensibilidad con todas las violencias del capitalismo; deja en claro, que no le duelen los pueblos fumigados, ni las mujeres mapuches reprimidas en el sur, ni los vecinos perseguidos por la megaminería, ni la pobreza Qom en el Chaco, ni los incendios en Corrientes. Cuando Grabois afirma estar dispuesto a negociar acuerdos con Grobocopatel, pasa, lo que exactamente pasó: que alguien lo interpela desde el dolor, del dolor de los que sufren a Grobocopatel. Y ante ese dolor, que está ahí presente, que tiene cuerpo y voz, no se puede hablar de “mal menor”, de “posibilismo”, de “estrategia política”. Por eso Grabois se pierde, se llena de impotencia y responde a los insultos. Porque simplemente no puede responder; la historia, el presente, la coyuntura vuelta vida de precariedad totalitaria, de terror anímico, no deja margen para “acuerdos”, no hay margen para discursos políticos in-doloros. Y tal vez, este sea uno de los grandes desafíos políticos de la época, ¿Qué hacer, cuando ya no hay más lugar para la indiferencia al dolor? ¿Cómo pedirle mas, a los que ya no pueden más?

[La actualidad de este párrafo no deja de sorprenderme. Milei, Massa, Moreno, Pichetto, Villaruel, Scioli, en el arco político, y del otro lado, stremers libertarios y stremers peronistas que viven cotidianamente de hacer oídos sordos a ese dolor]

Para finalizar, antes que intentar responder a la pregunta de por qué no explota todo, he querido, construir sinónimos de ella: [¿Por qué no nos duelen los jubilados hambreados y reprimidos?]¿Por qué no nos duele Andalgalá? ¿Por qué no nos duele la represión diaria a las comunidades indígenas? ¿Por qué no nos duelen las víctimas de los abusadores? ¿Por qué no nos duelen las vidas destruidas por la mega minería de Litio? ¿Por qué no nos duelen los desocupados en las calles, o los pibes limpiando vidrios? ¿Por qué no nos duelen las víctimas de gatillo fácil? ¿Por qué no nos duele la injusticia cotidiana que produce el capitalismo? ¿Por qué no nos duele el otro?

Si Negri tiene razón, tristemente, el “dolor neoliberal” ha licuado el fundamento democrático de la sociedad política y habitamos una sociedad de sujetos indolentes, ocupados en sobrevivir a nuestra propia y constante precariedad, a nuestro terror anímico, a nuestra paranoia individual, donde ya ni siquiera queda lugar para que todo explote.

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