martes 24 de septiembre de 2024
Algo en que pensar mientras lavamos los platos

Cadena de cafés

Por Rodrigo L. Ovejero

A continuación, se expondrá la metodología de un experimento que carece de utilidad real, por lo cual lo denominaremos artístico. Llamarlo experimento es un atrevimiento, a lo sumo si califica de berretín, una manera sofisticada de perder el tiempo, pero estoy convencido de que nunca le dedicamos la atención necesaria a una actividad tan importante como perder el tiempo.

El asunto es así, mediante el sencillo expediente de llevarse algo de cada café que se toma en un bar, y depositarlo en el siguiente, se genera un eslabón de una cadena de cafés cuya extensión es un desafío a la voluntad y al compromiso con el dolce far niente, al mismo tiempo, por contradictorio que parezca. Pongamos un ejemplo práctico: mientras esté leyendo esta columna, guárdese un sobrecito de azúcar en el bolsillo. Con discreción, pero sin vergüenza. Luego, procure llevarlo consigo en los siguientes días, hasta que el próximo café en un bar lo sorprenda. Allí dejará el sobrecito de azúcar y retirará una servilleta u otro objeto de escaso valor con el que repetirá la acción, y así sucesivamente mientras lo recuerde o hasta el día en el que La Parca venga a segarle su camino y ponga fin a una larga racha de cafés.

Si se va a tomar con más seriedad este procedimiento incluso se pueden realizar anotaciones en una libreta o su celular, que den cuenta de la cadena, registrando los objetos y los cafés que la componen. Me arriesgo a decir que este registro será muy importante en una eventual aparición de la disciplina en el Libro Guinness de los Récords, instancia que entiendo de inevitable llegada, pues en esa publicación se consignan marcas máximas en actividades que de ninguna manera tienen la seriedad e importancia del forjado de una cadena de cafés.

Con los años incluso esta actividad podría convertirse en una medida más del paso del tiempo, como los mundiales de fútbol o las crecientes. Uno recordaría eventos de su vida y los asociaría a la cadena de cafés a la que pertenecieron, para luego remitirse a sus archivos y averiguar el año en que ocurrieron (hay formas más prácticas de medir el tiempo, no está mal reconocerlo, pero esta tiene la ventaja de ser pintoresca).

El éxito sería celebrado en los aniversarios, o por cantidad de eslabones; uno podría vanagloriarse de la longitud de su cadena en reuniones sociales del mismo modo en que algunas personas ostentan récords de longevidad en materia de tamgotchis o las fábricas publican los días sin accidentes. Mi cadena más larga, por ejemplo, tuvo lugar entre el 2021 y el 2023 –no puedo dar fechas exactas, por entonces no tenía la precaución de anotar- y se rompió porque un imprevisto me hizo partir raudamente, olvidando sobre la mesa el sobrecito de azúcar que ya había tenido la precaución de dejar apartado. Fue una lástima, era una buena racha. Desde entonces, lo primero que hago al sentarme en la mesa de un bar es robar algo.

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