jueves 6 de marzo de 2025
Editorial

Un mundo peor

El pasado 3 de marzo se cumplieron cinco años desde que se registró el primer caso de Covid-19 en la Argentina. Pocos días después la Organización Mundial de la Salud iba a declarar el estado de pandemia, dando comienzo a un período de tres años que definitivamente implicaron una transformación del mundo en todos los aspectos.

En el peor momento de la pandemia, cuando aún se buscaba una cura o estaban en etapa de experimentación las vacunas, se alentaron esperanzas respecto de que la nueva era podía introducir cambios virtuosos en las relaciones y prácticas sociales y hasta en materia de política global.

Primaba la idea de que la lucha contra el virus involucraba a toda la humanidad, sin distinciones de ningún tipo, y que por esa razón resultaba imprescindible implementar prácticas colaborativas y solidarias. Y una distribución más equitativa de los recursos, tanto entre países como entre clases sociales, dentro de los países.

El rol de los Estados en la lucha contra el virus fue clave, tanto en el financiamiento de las vacunas como en materia de prevención y asistencia sanitaria. Sin Estados fuertes regulando la vida social en función de los desafíos que planteaba la nueva realidad la catástrofe sanitaria hubiese sido mucho peor.

Sin embargo, un lustro después del comienzo de la pandemia, el mundo se ha vuelto menos colaborativo y solidario. En nombre del individualismo más egoísta avanzan en el mundo proyectos políticos que excluyen de los beneficios económicos a amplios sectores sociales, modelos donde prevalece la xenofobia por sobre la tolerancia hacia lo diferente y la inclusión, potenciando además los conflictos armados.

Esos mismos proyectos apuntan a debilitar al Estado como garante de justicia y equidad, priorizando los beneficios de las grandes corporaciones, sin que importe demasiado el costo social. En los últimos cinco años los ricos se han vuelto más ricos y los pobres más pobres. La brecha se ha expendido como nunca antes y se han frenado procesos globales que tendían hacia una disminución de la pobreza y el hambre.

El nuevo modelo de gestión en muchos países apunta al desfinanciamiento de la salud pública en beneficio de la salud privada. Una nueva pandemia, si se profundiza esta tendencia, tendría consecuencia devastadoras para la mayoría de la población mundial.

A este panorama desolador debe añadírsele los efectos estos sí previsibles- sanitarios: más de 30 millones de muertos, y muchas más personas con secuelas físicas y mentales de esta tragedia que marcó la historia contemporánea.

El mundo, hoy, es definitivamente peor que el que existía al comienzo de la pandemia. No obstante la vigencia de estas ideas que desdeñan a las políticas públicas solidarias e inclusivas, la historia de la humanidad es pródiga en ejemplos de que estas hegemonías tienen plazos perentorios cuando se advierte su inviabilidad. Y entonces se abren nuevos ciclos capaces de instalar, otra vez, procesos contrarios, esperanzadores, con propósitos orientados hacia una mayor equidad, justicia y espíritu colaborativo entre las naciones y entre las personas.

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