martes 1 de octubre de 2024
Algo en que pensar mientras lavamos los platos

Rayos

Por Rodrigo L. Ovejero

Es una suerte poder empezar esta columna con la satisfacción de no haber sido alcanzado por un rayo esta semana. Hasta la fecha, son unas dos mil doscientas cuarenta y dos semanas invicto, y la racha no parece que vaya a cortarse. Podría decirse que es una victoria más imaginaria que otra cosa, pero elegir triunfos modestos nos permite festejar seguido. Sin embargo, no es mi fabulosa capacidad para esquivar rayos lo que me ha inspirado a escribir acerca del tema. A decir verdad, ahora mismo no recuerdo qué era, pero espero recordarlo durante el proceso de escritura.

El rayo, es decir, la descarga de energía eléctrica en la atmósfera, es un fenómeno majestuoso y a la vez un caso muy curioso de tergiversación de la realidad a nuestro favor. En cine y literatura, a la gente que le cae un rayo le pasan mil cosas: cobran vida, viajan en el tiempo, adquieren poderes como velocidad extrema, lanzamiento de rayos, fuerza sobrehumana, facultades psíquicas, magnéticas, físicas, etc. Nadie se muere, nadie tiene la decencia de recibir un rayo en la ficción y proceder a morirse como es debido, como todos sabemos que le ocurre a la gente que le cae un rayo. En la vida real un tercio de las personas que son alcanzadas por un rayo se despide de este mundo, y las demás tienen que pasar por el trámite tedioso de continuar con vida sin ser un superhéroe.

En mi opinión, lo que nos pasa es que el rayo es tan espectacular que nuestra mente primitiva no puede verlo y simplemente asociarlo con cuestiones tan mundanas como la muerte, la rotura de tímpanos o las cataratas. El mundo necesita fantasía, nosotros la necesitamos, y por eso le otorgamos al rayo consecuencias tan extraordinarias en el imaginario popular. ¡Cómo semejante espectáculo de la naturaleza solo va a servir para matarnos como a un sapo! Lo mínimo que podemos esperar de algo tan vistoso es que nos transforme en Raiden (el de Mortal Kombat, no el de la farmacia). Es el mismo principio por el cual el hombre primitivo se puso a lamer ranas de colores fuertes hasta encontrar las alucinógenas, aun lamentando un par de muertes en el camino.

Refuerza mi postura el hecho de que no otorgamos los mismos efectos fantásticos a las electrocuciones artificiales (las cuales, hay que reconocerlo, tienen un impacto estético mucho menor). No funcionan como un motor narrativo tan interesante. No hay historietas de superhéroes que adquieren sus poderes por abrir la heladera descalzos, ni novelas en las que meter un tenedor en el enchufe le otorgue al protagonista la posibilidad de ver el futuro. Es discriminatorio, hasta cierto punto, pues al fin y al cabo la electricidad es electricidad, no hay motivos para hacer diferencias. Incluso argumentalmente sería mucho más creíble, por una cuestión estadística. Pero no parece que en el futuro cercano esto vaya a cambiar.

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