La desidia del Obispado de Catamarca le costó la vida a una mujer. ¿Alguien presentará un proyecto para conmemorar el luctuoso suceso?
La desidia del Obispado de Catamarca le costó la vida a una mujer. ¿Alguien presentará un proyecto para conmemorar el luctuoso suceso?
Por el sismo del 7 de septiembre de 2004 se estableció el Día del Milagro, para que los catamarqueños recuerden la intervención de la Virgen del Valle que los salvó de la muerte en aquella aterradora jornada, pero los prodigiosos poderes de la Morena no alcanzaron a cubrir le negligencia de quienes le administran el culto en la tierra. Tan ocupados estaban en atribuirle los méritos por la ausencia de víctimas fatales y destacar su propio rol eclesiástico que se olvidaron de reparar los daños que el movimiento telúrico había provocado en la Catedral Basílica.
150 kilos de vidrio, plomo y hierro que se habían aflojado en el sismo se desplomaron el 7 de diciembre de 2005 desde la cúpula del templo sobre dos mujeres que estaban rezando. Cecilia Andrada murió aplastada en vísperas de la Procesión.
"¿Qué decir ante este hecho? ¿Cómo explicar este suceso? No tenemos una respuesta que satisfaga todos nuestros cuestionamientos, porque lo misterioso es para nosotros incomprensible e inexplicable", dijo en la homilía el obispo de entonces, Elmer Miani.
"La hermana que murió ayer lo hizo en compañía de María, quien es garantía de fidelidad y perseverancia. Aunque las causas de su fallecimiento causen desazón y angustia, ha de servir a sus seres queridos la certeza de que María jamás abandona a quienes junto a ella perseveran en la fe, la piedad, el amor", intentó consolar a los angustiados deudos.
La Iglesia de Catamarca pretendía desligarse del caso con tentativas espirituales, pero Juan Manuel Andrada, hijo de Cecilia, recurrió a la Justicia para exigir reparaciones materiales por la absurda muerte de su progenitora.
No había insondables misterios que aceptar. La mujer había muerto debido a la irresponsabilidad de quienes estaban a cargo de mantener la Catedral Basílica en condiciones edilicias seguras.
El Obispado trató de sacudirse del lomo las culpas y cargó la responsabilidad exclusivamente sobre el Estado nacional, porque la Catedral es monumento histórico. Este argumento pasó las primeras instancias judiciales, pero la Corte Suprema de Justicia, 19 años después, fue terminante.
Las leyes nacionales que regulan la administración de los monumentos históricos como la Catedral, sentenció el tribunal, no relevan al Obispado, en tanto dueño y guardián del inmueble, de tomar los recaudos tendientes a evitar daños a personas que asisten al templo.
"Ninguna de las normas aplicables le impedía adoptar medidas de seguridad, en especial frente al avanzado estado de deterioro del edificio que era de uso constante por parte del clero y del público. Por el contrario, tenía a su cargo facultades concurrentes de guarda y conservación sobre el edificio. Por lo tanto, lo argumentado no justifica eximir al Obispado de la responsabilidad que le cabe por los daños reclamados en este caso”, sintetizó.
Juan Manuel Andrada murió esperando Justicia, mientras el Obispado se sumergía en taimadas quimbas leguleyas para eludirla.
El fallo de la Corte Suprema sienta un precedente importantísimo. Si el milagro del sismo tiene su día en honor a la Virgen del Valle, justo sería también recordar el Caso Andrada como un legado laico de fuerte proyección.
Ahí está en pleno centro el templo de San Francisco, tan monumento histórico como la Catedral, transitando desde hace añares el camino a la ruina mientras la Iglesia reza para que le financien las restauraciones, pertinaz en la omisión del sensato precepto “a Dios rogando y con el mazo dando”.