miércoles 26 de marzo de 2025
Algo en que pensar mientras lavamos los platos

Los otros puentes de Madison

Un día, a Robert James Waller se le ocurrió escribir una historia de amor, y como no era un hombre tímido para las metáforas o los simbolismos, la tituló Los puentes de Madison. En la novela, Francesca Jhonson, un ama de casa desesperada, casada, con dos hijos, se enamora de Robert Kincaid, fotógrafo, alma libre que deambula por el mundo sin preocuparse por hipotecas ni el resumen de la tarjeta, como suele pasarnos al resto de los mortales. Es una hermosa y triste historia de amor, y uno de esos casos no muy frecuentes en los que me gustó más la película que el libro.

Una de las razones por las que me gustó más la película fue por la pareja protagónica. Meryl Streep como Francesca, muchas mujeres tienen rostros hermosos, algunas lo tienen interesante. En la discusión por el título de mejor actriz de la historia. Clint Eastwood en el papel de Robert. Sergio Leone, quien lo dirigiera en un par de clásicos del western, dijo que Eastwood tenía dos expresiones faciales: con sombrero y sin sombrero. Tenía razón, por supuesto, pero su presencia en pantalla salva su inexpresividad.

Y creo que el otro motivo por el cual me gustó más la película es por la importancia –de esto quería hablar, pero me fue imposible hacerlo sin rodeos- del punto de vista en la narración. Mientras en la novela la voz narrativa casi siempre es la del escritor, quien se conserva neutral y únicamente cuenta la historia, en la película la narradora es Francesca. Desde la mirada de ella es mucho más sencillo entender esta historia con su real significado: mucho más que un simple adulterio, es una reflexión acerca de la naturaleza esquiva del amor, de la dificultad de las elecciones en la vida. No podemos –y no debemos- culparla por engañar a su marido, y hasta deberíamos, incluso, celebrar su amor con Robert, como se celebran todas las cosas bellas de la vida.

Pero hagamos el ejercicio literario de imaginar una tercera voz narrativa, aunque solo sea por el placer vano de especular. En este caso, la narradora es una señora de avanzada edad, vecina de Francesca. La señora en cuestión usa rulero, fuma Parliament y tiene un pekinés. Catecismo completo. En su perspectiva, esta será una historia terrible, que hablará del desprecio de una mujer por el esfuerzo de su marido, de los peligros del adulterio y sus consecuencias en la familia. Porque el marido no estaba de joda, dirá la narradora, estaba laburando, y ésta va y aprovecha para acostarse con un vago, un mentiroso que decía que era fotógrafo, anda a saber si era fotógrafo. En su punto de vista, los puentes cubiertos del condado de Madison no serán esos lugares místicos, metáforas de la unión entre dos personas, de vínculo más allá de lo que podemos explicar, sino sitios pecaminosos, sucios, elegidos por gente sin moral para andar aliviándose las vergüenzas fuera de la casa.

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