El paro general convocado por la CGT para el 10 de abril verifica, aparte del proverbial oportunismo de la casta sindical, la candidez e ignorancia de la gestión que encabeza Javier Milei.
El paro general convocado por la CGT para el 10 de abril verifica, aparte del proverbial oportunismo de la casta sindical, la candidez e ignorancia de la gestión que encabeza Javier Milei.
Ignorancia supina: no se requiere excesiva erudición histórica para advertir tanto la sistematicidad del método de dividir la central obrera en facciones combativas y dialoguistas, como la recurrente ruptura de armisticios aparentemente sólidos en cuanto la debilidad de las contrapartes ofrecen la oportunidad de presionar por nuevas canonjías.
Estas sinuosas conductas son tan clásicas como la de camuflar la defensa y promoción de sus intereses corporativos tras banderas más populares que por lo general a los invictos “gordos” les importan menos que un comino. En este caso, el anuncio del paro fue acompañado por sentidas críticas a la represión y anuncios de participación en los actos por el Día de la Memoria y la marcha de los jubilados.
Sería el tercer paro que la CGT le hace a Milei, que lleva un año y tres meses de Gobierno, pero la cifra no expone ningún espíritu beligerante. Se trata de aprovechar las dificultades políticas que atraviesa el Gobierno para obtener alguna ventaja. Las imposturas caracterizan a los sindicalistas tanto como el olfato para detectar gañotes vulnerables.
La concurrencia de la CGT a la movilización se inscribe en los daños autoinfligidos de una gestión que desprecia los acuerdos y el diálogo político como signos de debilidad. Bajo esta concepción, Milei se peleó con todos los actores del sistema institucional salvo con la CGT, a la que solo dedica eventuales dardos de su desaforada verba sin avanzar en disposiciones concretas que reduzcan su poder.
Pura parada el incendiario león, puro date corte Agapito. A los jubilados les vetó un insignificante aumento, a los cegetistas los eximió de cualquier aflicción por la altisonante reforma laboral.
El pacto de no agresión se remonta a la Ley Bases, en el marco de la cual los meneados cambios al régimen se redujeron a la ampliación de los períodos de prueba y dejó incólumes las prerrogativas sindicales en lo que concierne a la recaudación y la industria del juicio laboral, acordadas no con el peronismo, como propalan los jerarcas, sino con la dictadura de Juan Carlos Onganía.
Los artículos de la “modernización laboral” se redujeron de 58 a 16 luego de que se excluyeran los puntos objetados por la CGT.
La “cuota solidaria”, que los sindicatos embuchan compulsivamente de todos los salarios de los trabajadores de su rama aún cuando no estén sindicalizados, sigue vigente.
El “fondo de cese laboral” como alternativa a las indemnizaciones debe constituirse mediante convenio colectivo de trabajo. O sea: con un acuerdo entre las cámaras empresarias y el sindicato más representativo del sector.
Los “bloqueos” como mecanismo para presionar sobre las patronales quedaron exentos de penalizaciones.
Con la sanción de la Ley Bases todavía pendiente, en el primer mensaje que dio para abrir el período de sesiones ordinarias del Congreso, Milei lanzó la propuesta del Pacto de Mayo y marcó al sindicalismo como uno de los objetivos de su paquete de “leyes anticasta”.
Ya se produjo el segundo mensaje y el combo legislativo sigue en veremos. Como el orden libertario no ha hecho nada para construir vínculos sensatos con el resto de la política, es improbable que algo que afecte a los “gordos” pueda pasar por el Congreso. Y eso que hasta Cristina Kirchner admitió en su momento la necesidad de revisar el sistema laboral.
Ahora la CGT se le pone en contra. Otra cuenta para el collar de la “propia torpeza” que enhebran los libertarios.
Quien no tenga cabeza para prever, decía Perón, deberá tener espaldas para aguantar.
A esta altura, a Milei le cabe más lo del Martín Fierro: al que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen.