Hamlet. Ser o no ser libertario, boina o peluca: "That is the question" en el radicalismo catamarqueño.
Angustiados y desconcertados por la declinación en el terreno opositor, enfrentados al riesgo de perder su condición de primera minoría en la Cámara de Diputados a manos de los libertarios, los caciques de la Unión Cívica Radical intentan por estas horas consensuar una conducción partidaria que les permita evitar las internas.
Es una tarea ardua que se ven obligados a asumir por la necesidad de esconder las costillas.
La última contienda, que consagró como presidente a Alfredo Marchioli, no solo no sirvió para alumbrar liderazgos con consistencia suficiente para embridar el partido.
Lo más grave fue que dejó al descubierto un interés más bien escaso de los afiliados radicales por las rencillas de sus dirigentes: apenas votaron 10 mil personas, menos del 20% del padrón.
Fue en abril de 2023. Seis meses después, en las elecciones provinciales, el armado libertario desplazó al tercer lugar a Juntos por el Cambio articulado en torno al radicalismo y se quedó con cinco bancas.
El precedente opera como presagio. La UCR pone en juego en este turno 8 escaños en Diputados y sus dos senadores. La tragedia electoral podría traducirse con claridad a la escena institucional.
Ser o no ser libertario, “that is the question”. Hamlet siente que debe elegir entre peluca y boina.
Es la tensión que divide a los radicales y obstaculiza el acuerdo. Quienes consideran que hay que asumir el riego de concurrir a las elecciones con una propuesta diferenciada de los libertarios para mantener identidad confrontan con los que abogan por una alianza bajo el ala de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich.
Los empelucados proponen que sus antagonistas presidan y que los cargos para abajo, convención incluida, se repartan por mitades.
Los anti-Milei quieren no solo la conducción ejecutiva del partido, sino también la mayoría en la Convención.
Es una pulseada ajena a los intereses de la gente, pero de proyecciones importantes para la dirigencia política del radicalismo. La Convención puede desautorizar al Comité, incluso destituirlo. Su anuencia es indispensable, además, para que la UCR fije posición orgánica.
No se trata solo de sutilezas institucionales: la definición de sellar una alianza oficial con los libertarios o avanzar en un juego autónomo depende de la Convención.
Otro precedente, más remoto, marca la importancia de sumar convencionales.
En 1988, Oscar Castillo ejecutó desde la Convención la expulsión de los diputados radicales que habían acordado con el saadismo la reforma de la Constitución provincial. Entre ellos se encontraba el presidente del partido, Gabino Herrera.
Ese movimiento intestino implantó el embrión del que tres años más tarde surgiría, Caso Morales mediante, el exitoso y genéticamente antisaadista Frente Cívico y Social.
Las conversaciones están muy trabadas. Se solicitó una prórroga menos para presentar las listas que para darle más margen a las tratativas.
Los “empelucados”, donde forman los diputados provinciales Tiago Puente, Natalia Herrera y Silvana Carrizo, el diputado nacional Francisco Monti y el senador nacional Flavio Fama, advirtieron que si no se satisface su demanda de una presencia por lo menos igualitaria en la Convención, están dispuestos a romper sin necesidad de que los echen. Entienden que entregar la presidencia del partido sin equilibrio hacia abajo los deja no solo sin instrumentos para incidir sobre las definiciones partidarias de cara a la elección, sino a merced de expulsiones si los enconos siguen escalando.